El mayor problema para afrontar el calentamiento global, según el ambientólogo, es que nos cuesta mucho ver a largo plazo.
Andreu Escrivà es ambientólogo, y en su perfil de Twitter se define como “pesado climático”. Es una de las voces más claras del país hablando de ciencia y cambio climático, y se lo han reconocido. Su primer libro, Encara No És Tard (Todavía no es tarde), ganó el XXII Premio Europeo de Divulgación Científica. Formó parte del Comité de Expertos en Cambio Climático de la Comunidad Valenciana, pero dimitió ante la frustración que le causaba la inacción de las instituciones. Hablamos con él de urgencias climáticas, de cambios monumentales y de un cerebro, el nuestro, que se resiste a evitar la catástrofe.
El título de su libro es Todavía no es tarde. Suena optimista, pero ¿cuándo se nos va a hacer tarde?
No es tarde, pero se está haciendo tarde. Es como cuando te pones el despertador y lo vas apagando varias veces. Pues esta es la última vez que podemos permitirnos esos cinco minutos más. A veces me dicen que sí que es tarde porque el cambio climático ya está aquí. Efectivamente. Es tarde para volver a un mundo sin cambio climático, pero no lo es para quedarnos en un cambio climático que nos haga factible la adaptación, limitando las desigualdades y la pobreza. Estamos a tiempo, aunque sea complicado, de frenarlo o ralentizarlo al máximo, hasta que llegue un punto en el que podamos adaptarnos a la subida del nivel del mar, a las olas de calor, a más sequías o a la pérdida de biodiversidad, y que podamos construir estrategias no solo para aumentar nuestra resiliencia sino para ir construyendo a la vez un mundo más justo. El cambio climático es, básicamente, un problema de desigualdad.
El gran problema es que respetar los límites del grado y medio y los dos grados del Acuerdo de París es posible, pero complicado. Estamos cerca de activar resortes naturales que no podremos controlar. Por eso digo que se está haciendo tarde. En este momento los humanos tenemos el control en cierta medida, pero si permitimos el deshielo de Groenlandia o el del permafrost de Siberia ya no lo estaremos, porque eso activaría mecanismos de retroalimentación que funcionan solos.
Podemos estar de aquí a unos años con un aumento de 1,6 grados y mucha gente podrá pensar que aún tenemos tiempo porque no hemos llegado a los 2 grados, pero esto es como cuando aún no se ha acabado la liga y un equipo de fútbol está en el puesto 18 pero ya ha descendido matemáticamente. Todavía puede ganar partidos, pero el descenso ya está garantizado. Nosotros igual. Podemos llegar a un punto en el cual la temperatura haya subido 1,6 grados, pero ya estemos condenados a llegar al aumento de 2 grados, porque la inercia del sistema es brutal y no vamos a parar de emitir de un día para otro entonces.
Entonces usted no es tan optimista como el título de su libro, ¿no?
Yo durante estos meses me estoy dando cuenta de que no soy optimista. Soy realista e incluso pesimista en algunos momentos, pero me he dado cuenta de que lo que sí tengo es una cierta esperanza de que hay determinadas cosas que se pueden hacer más o menos bien. Cuando te pones a leer cosas de cambio climático pillas una depresión tremenda, pero también hay que ver que sí que hay estrategias que se pueden hacer, sin caer en la falsa sensación de seguridad del “ya inventarán algo que nos permita seguir igual sin cambiar nuestro modo de vida”.
Hace unos meses hablamos con Bill McKibben, y me dijo algo que también he visto que usted menciona a menudo, y es que hay que hablar más de cambio climático. ¿Se habla lo suficiente?
Yo creo que se está empezando. En el ascensor, por ejemplo, me encontré hace poco con un vecino con el que no había hablado nunca, y empezamos a hablar del cambio climático porque me había visto en una entrevista en el periódico. Después cogí el autobús y había dos mujeres hablando de la sequía. A Bill McKibben lo cito en el libro porque me parece un tipo muy honesto. Cuando publicó The End of Nature en el 89, que era el primer libro de divulgación serio sobre cambio climático, él esperaba que hubiera una repercusión brutal. Que la gente, simplemente con ver ese problemón, iba a reaccionar. Tuvo que admitir que se había equivocado. Evidentemente tuvo repercusión, pero ni de lejos la que se esperaba.
Hacen falta más que simplemente datos para que la gente reaccione. Tenemos que hablar con narrativas, entroncando con las emociones. Por ejemplo, yo cuando voy a un pueblo de montaña no hablo de lo mismo que cuando voy a un pueblo litoral, ni hablo de lo mismo cuando voy a un pueblo rodeado de huertas. No hay que hablar de cambio climático en abstracto, o como simples gráficas, o de osos polares, o concentraciones y partes por millón, sino de paisajes y de recuerdos.
Por ejemplo, a mí, aunque sea valenciano, no me gusta nada la playa. Y se ve que a mis padres tampoco les gustaba mucho porque, que yo recuerde, solo tengo una foto de niño en la playa, en la zona de Almenara. Hace poco fui y vi que esa playa ya no existía. Lo que hay allí es roca de escollera, bastante, y un trocito como de las mismas piedras. La gente no se puede bañar ahí por la erosión marina. Yo tengo un recuerdo que ya no puedo revisitar y al final el cambio climático va de eso. De eso es de lo que hay que hablar.
La gente dice que los políticos no hacen nada, pero es que no van a hacerlo si no hay una preocupación social, y la preocupación solo va a llegar si hay un debate. Algo así me dijo el otro día un concejal de un pueblo pequeñito. Para hacer un pipican tenía detrás a 40 personas recogiendo firmas, y para hacer algo de medio ambiente no tenía a nadie. No tenía apoyo popular.
Al final, para no sentirse cautivo de esta angustia climática, lo que tienes que hacer es coger una parcelita de acción, no intentar hacerlo todo. Yo intento hacer más, pero mi parcela es conseguir que la gente hable de cambio climático y de momento la verdad es que estoy bastante contento con la respuesta que estoy obteniendo.
Hablando de política. ¿Qué pasa en este país, que el cambio climático no entra en la agenda política? Yo puedo entender que la derecha se resista a un cambio pero la izquierda tampoco está muy movilizada.
Al final es un tema sobre todo de incentivos. El medio ambiente, y el cambio climático por extensión, tienen procesos mucho más largos que una legislatura. Las acciones que promuevas no hacen efecto en cuestión de seis meses o de tres años. Incluso ahora, con este ansia de cambio que ha habido en algunas comunidades autónomas y ciudades, se han priorizado más otras cuestiones, porque el patio estaba como estaba. Los políticos no han tenido incentivos para priorizar la cuestión climática. Yo entiendo a la izquierda porque tenían temas muy urgentes, pero también porque el debate puede estar latente pero eso no significa que esté en la mesa todos los días, como si están la sanidad o la educación. Si tú quitas el copago sanitario, por ejemplo, al día siguiente ya hay gente que se beneficia. O si construyes un colegio. O si das gratuidad de los libros de texto. Sin embargo, si tú haces, por ejemplo, planes para que las empresas reduzcan sus emisiones, incluso aunque en dos años puedas medir una reducción de emisiones, no se ve.
En la parte positiva, creo que empieza a haber una muy tímida competición electoral en el ámbito verde. Hace cuatro meses hubiese sido más pesimista. Igual me estoy autoengañando, pero quiero creer que empieza a haber una cierta conciencia de que el debate verde es consustancial a la cuestión social, de modelo productivo e incluso la cuestión territorial. Este país va a cambiar más por el cambio climático que si Cataluña se independiza. Las costas van a aparecer y desaparecer, la nieve va a dejar de caer o caer más, va a haber más desierto o no… Creo que algunos se están empezando a dar cuenta de eso.
Mucha gente que aún cree, incluso en los estamentos políticos, que ya inventarán algo, igual que inventaron algo entre comillas para el agujero de la capa de ozono. Piensan que el cambio climático es un problema secundario. Pero, aunque hay algunos que son estúpidos y malvados, creo que hay más ignorancia que la que pensamos. A cualquier persona de más de 35 años no le han explicado el cambio climático ni en la escuela, ni en el bachillerato, ni en la universidad, a no ser que haya hecho una carrera científica. La inmensa mayoría de las organizaciones políticas, empresariales y de comunicación de este país no tienen gente al frente que sepa qué es esto. Se lo han tenido que leer ellos, o alguien se lo ha explicado, y ya veríamos cómo.
A mí lo que me gustaría es que en vez de una comisión del Congreso en la cual todos van con corbata y están con aire acondicionado o calefacción y va algún experto a explicarles que el cambio climático es algo serio, que se fuesen todos en un autobús o en bicicleta a un pantano seco y allí hablar de cambio climático sudando. Discutirlo todo desde los despachos es muy peligroso porque te crea una sensación de desconexión tremenda con la realidad.
Hace unos meses usted dijo que el cambio climático supondría un cambio de vida más notable que Internet. Me gusta la frase, pero no sé si creerla. ¿Cómo será este cambio?
Esa frase me la atribuyeron a mí pero en realidad es de Joseph Romm, un físico del MIT que tiene un libro que se llama Climate Change: What Everyone Needs To Know. Yo soy de la generación que ha conocido la transformación digital completa. Entré en la universidad con disquetes y fotocopias y salí con un pincho USB y aula virtual. Así que al ver esa idea me impactó mucho. Sin embargo, ahora pienso en un escenario de cambio climático de aquí a 30 o 40 años, en el cual por ejemplo yo no puedo ir de vacaciones a donde quiera, porque no hay playa o porque está todo lleno y es muy caro. O porque los aviones tienen una tasa de carbono brutal y entonces tampoco puedo ir a Europa.
También puede cambiar lo que comes porque cambian las épocas de los productos, o hay cosas que ya no se pueden importar, o que ya no crecen aquí. O imagínate que no puedes salir a pasear a determinadas horas, o visitar algunos parajes naturales por riesgo extremo de incendio o bañarte en ríos porque son imprevisibles o están siempre secos.
El cambio climático también puede cambiar la forma en que trabajamos. Por ejemplo, en Benidorm este verano han vivido noches a 30 grados. Eso son noches más que tropicales, más que tórridas. Así que un sitio que ahora tiene un interés turístico grandísimo, puede perderlo si esto se vuelve insoportable. Entonces se crea un paro a lo bestia, otra crisis de modelo brutal. Yo me pongo a pensar siempre esto, más allá del contexto geopolítico mundial que lleve a presiones demográficas, que Europa se cierre aún más por la presión migratoria.
Me imagino ese futuro en el que ni voy donde quiero, ni tengo el trabajo que quiero tener, ni como lo que quiero, ni puedo moverme con libertad y encima mi estado se vuelve más autoritario por problemas que va a haber, y eso sin contar la cuestión de la energía y del agua a nivel nacional, y me doy cuenta de que mi futuro sí puede cambiar mucho más que con Internet.
Sin embargo hay un detalle clave. En el año 85, por ejemplo, El País o el New York Times no sabían la que se les venía encima con Internet. Se hubieran beneficiado, y mucho, de tener ese conocimiento y yo creo que hubieran seguido una estrategia de digitalización distinta. La diferencia es que ahora tenemos ese conocimiento. El problema es que no estamos haciendo uso del conocimiento que tenemos. No nos estamos preparando.
¿Por qué nos cuesta tanto reaccionar? ¿Por qué nos cuesta aplicar ese conocimiento?
Nuestros cerebros no están preparados para pensar en el cambio climático. Para tu cerebro, que el mar se coma tres metros de playa no es ningún problema. Das tres pasos atrás y ya está. Lo que sí es un problema es que haya un tigre, un depredador que te quiera comer en ese momento. Hay muchas cosas que al cerebro le rebotan, no le enganchan, o se cree que es algo que está fuera de su alcance. También tendemos a creer que va a haber una solución mágica que llegará en algún momento y que “ya harán algo”.
Otro problema es que el cambio climático aún es un relato ecologista. Mientras lo enfoquemos en un marco plenamente ambiental, la gente va a pensar que no va con ellos. Van a pensar que son los bichos, el oso polar o el Amazonas. Hay que romper ese marco y entender que no hay lugar seguro, y que sí te va a afectar.
¿No se quiere aceptar el sacrificio que supone la lucha contra el cambio climático?
No es una cuestión de sacrificios horrorosos, aunque algunos pequeños sacrificios son inevitables. Es la posibilidad de sentirnos responsables en vez de culpables y saber que luchar contra el cambio climático es luchar por un mundo mejor. Tenemos la posibilidad de redefinir las relaciones de poder, las relaciones sociales, económicas. Podemos construir un mundo que viva más por las personas. Falta ensanchar el marco para que veamos que esto va con nosotros. Hay que seguir investigando acerca de cómo hablar sobre cambio climático y sobre todo ir poniéndolo sobre la mesa.
Yo cuando más aprendo es cuando hablo con la gente, porque siempre me preguntan cosas que no me había planteado o no creía que importaran, y veo que sí importan. Es una cosa que llegará. Yo estoy convencido que en diez años ya no habrá negacionistas del cambio climático. Estoy convencido de que esto será un tema de conversación prioritario y no solamente en España. El gran problema es que no tenemos ese tiempo.
Fuente: lamarea.com